Compartir la enloquecedora pasión por estos objetos con muchas mujeres (y unos cuantos hombres) hace que me sienta mayormente hermanada con todas ellas (y ellos), a modo de una especie de “Cofradía del Styletto”.
Y es que somos muchas las que sentimos esta locura por “vestir los pies” de una forma glamurosa y sofisticada.
Nos quedamos clavadas e hipnotizadas en esos escaparates que los ofrecen sobre un pedestal, perfectos, impecables, divinos, magníficos y …caros.
Tengo una tendencia natural a echarle el ojo precisamente a estos últimos, tendencia que no me falla nunca (¿debería quizá corregirla?) Esos precios están en perfecta armonía con su calidad y su diseño ,y me temo que en imperfecta armonía con mi cuenta corriente.
En Colette, la tienda más chic del momento en París, admiré boquiabierta algunas de estas golosinas de piel adornadas con tachuelas y cremalleras y, por supuesto, con un tacón más elevado que la famosa prima de riesgo.
Ni que decir tiene que los precios oscilaban entre los 400 y los 600€ Corrijo: 395€ y 595€ respectivamente, detalle que más bien me divirtió pues, ¿puede una rebaja de 5 euros decidirte inconscientemente a comprarlos?
Cual jabalí salvaje buscando suculentas trufas decido hociquear en Internet para saber más cosas sobre este extraordinario y fascinante tema. Descubro que existe ¡gracias a Dios! un Museo del Calzado en Elda donde al zapato, al Señor Zapato, se le dedica el espacio que se merece.
Entre sus actividades cuentan con un Galardón a la Mujer mejor calzada de España (ya me gustaría a mí poseerlo), una deliciosa Exposición sobre el Calzado en el Cine y concursos literarios sobre el Zapato femenino, iniciativas éstas últimas promovidas por Luis García Berlanga, el gran fetichista del zapato femenino.
Al parecer, el mencionado director de cine culpabiliza a su madre de su obsesión por los tobillos y empeines, por haber pasado muchas horas escondido debajo de la falda de la camilla en las reuniones femeninas celebradas en el hogar familiar.
Siguiendo con mis investigaciones descubro que hay una nomenclatura propia sobre el universo del calzado femenino. Existen Pumps, D´Orsey Peet toe pump (y su variación open-toe),Mary James, T-strap, Baby Jane, Stiletto heal…
Someto a mi última adquisición -unos zapatos monísimos que me costaron 30 euros- a una minuciosa analítica y descubro que me he comprado en realidad unos T-strap con tira sobre el empeine del pie, pulsera en el tobillo y tacón Cone hell. Me quedo maravillada con el análisis. Cuando me los calce, daré positivo en glamour. Fijo.
También es momento de repasar las últimas tendencias del próximo full/winter y compongo mi hit parade personal: adoro a Marchesa, a Jimmy Choo, a Manolo Blahnik, a Isabel Marant, a Valentin Yudashkin… ¡Ay, esas pulseras en el tobillo me enloquecen! Pura delectación.
Soy de la opinión de que un zapato dice mucho de quien lo lleva, de su personalidad, de su autoestima, de su carácter. Sabido es que constituyen un seña de identidad del universo femenino cifrada en la sensualidad y sofisticación que irradian (hay quien también opina que hablan del poder y de la agresividad femenina)
Pero lo cierto es que fascinan y seducen, y su carga erótica es indudable. Atraen y por tanto son, innegablemente, sexys.
Hay incluso críticos literarios que sólo bajo esta perspectiva sexual explican el cuento de la Cenicienta y su zapatito de cristal (bien podría haberse titulado “desmontando a Cenicienta”) Pues bien, la idea de un pie que encaja perfectamente en un zapato alude claramente… al acto sexual.
Cierto, es una lectura novedosa, pero siempre podemos quedarnos con la versión romántica del cuento, allá cada una.
Lo importante es que le prestemos a nuestro calzado la atención que se merece (y a nuestros pies y sus durezas, también).
Nuestros zapatos hablan de nosotras, y mejor que hablen bien de nosotras: glamour (no necesariamente reñido con la comodidad) y seguridad en nosotras mismas. Y andando, que es gerundio.
Y tú, ¿eres una loca de los zapatos? deja tu comentario y cuéntanos las marcas y modelos que más te gustan.
Con amor, Gema Margó