Y empecé a profundizar en ese potencial revelado por la danza. Bailé, bailé y no paré de bailar dando rienda suelta a ese poder sensual liberador.
Entonces una surgió una idea: ¿por qué no un baile erótico donde primase la complicidad del que baila y del que mira pero alejado en cualquier caso de un striptease al uso?
Yo imaginaba algo mucho más sutil, delicado, pícaro y elegante, algo que despertase la complicidad y el juego. Claro que cabía el peligro de caer en interpretaciones fáciles y críticas atroces, de que la censura y el juicio fácil lo echasen por tierra.
Lejos de desanimarme, confié en mí misma: idear una herramienta para completar la vida sexual y personal tenía que ser posible.
La danza podía ser perfectamente el vehículo para llegar al fondo, más allá de la forma.
Compartir en un aula este conocimiento con otras mujeres y que tuviese un poder transformador en sus vidas me pareció un reto obligado.
A fecha de hoy, me sigo emocionando y apasionando cada día, es un sueño hecho realidad.