LAS DIOSAS NO ENVEJECEN

La sensualidad y el erotismo no tienen edad.

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Gema Margo

Gema Margo

Delicioso erotismo: Miguel Delibes y Daniel Glattauer

Confesiones de un sexagenario voluptuoso (M. Delibes)

y

Contra el viento del norte (D. Glattauer)  

Sin lugar a dudas, la novela epistolar ha sabido reinventar con éxito su formato a través de los siglos, adecuándose incluso a la comunicación tecnológica que hoy en día  marca nuestras vidas (renovar o morir, incluso… literariamente).

Que esta última versión epistolar haya sabido servirse a la perfección del instrumento virtual que lo hace posible, a saber, el email, dice mucho de la versatilidad de este particular género. (¡Ay, si el vizconde de Valmont en Las amistades peligrosas, (Choderlos de Laclos, 1782) levantara la cabeza y contemplara este extraordinario prodigio electrónico! ¡Qué bien se habría servido de él para ampliar su interminable galería de intrigas y conquistas!).

Resignación. El correo electrónico suple a la ya obsoleta y desusada correspondencia en papel, a la minuciosa e intimista escritura a mano (o tempora, o mores!).

Es innegable que la correspondencia virtual le gana la partida en brevedad e inmediatez, pero no debería llevar implícita la falta de rigor ortográfico y gramatical de la que hace gala hoy en día (para escándalo y desesperación de los académicos de la Real Academia de la Lengua Española, claro está).

Personalmente, la fórmula de desentrañar una historia partiendo de la correspondencia que mantienen los personajes cuenta con todas mis simpatías.

Como lectores, participamos del juego alternativo de los puntos de vista  en función de los envíos y respuestas -ya sean de cartas o de emails- que se suceden a lo largo de las páginas; a partir de ahí conformamos el carácter de los protagonistas, somos cómplices de sus deseos y expectativas,  e incluso inclinamos nuestras simpatías por alguno de ellos si es que nos sentimos representados en algún momento.

   ¿Y todo esto, … a son de qué viene aquí?

Pues, a que me apetecía detenerme en dos novelas cuya trama se ajusta al formato epistolar -salvando las distancias temporales  geográficas y tecnológicas, claro- y que además comparten una historia de galanteo y seducción mutua que va in crescendo a lo largo de sus páginas, expresada a través de la correspondencia postal o del correo virtual, según el caso.

Quiero mencionar aquí dos sugerentes obras: Cartas de amor de un sexagenario voluptuoso de Miguel Delibes (Destino, 1983) y Contra el viento del norte de Daniel Glattauer (Alfaguara, 2010).

Las separa el lugar y el tiempo narrativo que recrean: un pueblo castellano en 1979 y la ciudad de Viena en nuestros días, respectivamente.

Sin embargo, en ambas, y a lo largo de unos meses, la casualidad de un encuentro, la incipiente curiosidad y la posterior atracción unen el destino de las dos parejas de protagonistas, -Eusebio y Rocío- y -Emmi y Leo-.

La oportunidad que les dan sus respectivos autores a perseverar en el germen de esa fascinación y consolidar una historia de amor y deseo dan un resultado magnífico: dos sugerentes relatos donde el poder cautivador de las palabras despliega toda su seducción; en definitiva, un universo intimista que destila deseo y embelesamiento, turbación y claudicación.

A medida que se suceden los contactos, -y con ellos la desnudez de sentimientos, frustraciones y esperanzas-, la atracción se multiplica y desencadena un deseo erótico que gana paulatinamente intensidad.

El anhelo del encuentro se topa con el miedo y la inseguridad de los protagonistas, y se mezcla asimismo con sus fantasías y ensoñaciones. Ambos finales dejan al lector con un gustillo que no deja indiferente y que os invito a probar (y hasta ahí puedo leer).

Sirva como encantador ejemplo de todo lo anterior, la desazón de la que es víctima el arrebatado y circunspecto Eusebio, cabal sesentón que “no conoció mujer en sentido bíblico”, contemplando la foto de Rocío, la hechicera de su pasión, en el mencionado libro de Miguel Delibes:

15 de septiembre (de 1979)  

 Queridísima:

    Tu imagen me persigue las veinticuatro horas del día. Me levanto con tu fotografía entre los dedos y me duermo (es un decir) contemplándola. Ahora me obsesionan las zonas difusas de tu cuerpo: el hoyuelo donde tu garganta concluye, las axilas, el tibio triángulo que divide tus pechos.

A veces te acaricio con los ojos con tal insistencia que llego a percibir una sensación táctil. Entonces se hacen notorios los más insignificantes accidentes de tu piel: los poros, el breve y brillante vello rubio, partículas infinitesimales de salitre.

A la noche, claro está, me asaltan sueños libidinosos. ¡Ese tirante mínimo que rodea tu cuello! Anoche, en mi duermevela, lo desataba morosa y amorosamente en un juego erótico elemental. ¡Qué turbación, mi amor!

¿Es posible, criatura, que uno pueda despertar al erotismo a los sesenta y cinco años? ¿Qué extraño bebedizo me has dado para encender en mi pecho estos deseos adolescentes?”

Imagen de el periodico de Aragón
imagen de el periodico de Aragón

Formalmente, ambas novelas comparten también sentido del humor, inteligencia e ironía,  ingredientes que hacen de su lectura un verdadero placer.

En el caso de D. Glattauer, confieso que “devoré” sus páginas  imantada a ratos por su frescura y desparpajo, y a ratos por su ternura y sensualidad. Los correos se suceden en ocasiones con tanta precipitación -segundos, minutos- como ansiedad viven sus protagonistas; en otras, el silencio durante algunos días nos habla del tenso distanciamiento de la virtual pareja.

Gracias al tono coloquial de los correos, a la sutileza de Emmi y al misterio de Leo, el libro nos encandila, nos seduce y emociona por igual. Poco a poco, la intimidad y el erotismo se cuelan sutilmente entre los correos: Escribir es como besar, pero sin labios. Escribir es besar con la mente” le aclara Leo a Emmi. Delicioso.

   Es tal el magnetismo de esta obra, que incluso se ha llegado a hacer una versión teatral; todo un reto, sin duda, ya que se trataría de reflejar en el escenario la magia que se desprende del libro y que atrapa a tantos lectores.

El propio autor adelanta al final del libro que la trama continúa en un segundo volumen: Cada siete olas. Como no pude resistirme a saber más de Emmi y Leo, leí también esta segunda parte ( aunque confieso que me hechizó mucho más la primera). Juzgad vosotros mismos.

Volvamos con Delibes. Su prosa,  más ponderada y exquisita, es  un lujo para cualquier amante de la lengua castellana. Claro que el lenguaje en que se expresa la correspondencia -aunque sólo leemos las cartas de Eusebio y adivinamos las de Rocío- corresponde al formalismo del momento que representa, a la antigua usanza, vaya.

De ahí que no nos extrañe la divertida evolución del tratamiento (detalle que también se percibe en la relación epistolar de la pareja virtual): desde un formal “Muy señora mía” en las primeras cartas, pasando por un “distinguida, estimada, apreciada y querida señora” hasta culminar en un “Amor, mi dulce amor, amor mío” en las últimas, cuando el deseo ya es irrefrenable.

Idéntico progreso se aprecia en las añejas despedidas: “con respeto y amistad”, “con sincero afecto”… sublimado en el acrónimo que despide alguna de las últimas cartas: “s.s.s.q.l.b.p” (“su seguro servidor que le besa los pies”). ¡Qué tiempos, Señor! ¿Sería viable adoptarlo como despedida en alguno de nuestros correos virtuales? Lo dudo, aunque tendría su gracia.

Por si resulta excesivamente formal para despedir este artículo, echaré mano de una más cercana y festiva utilizada por Emmi  para despedirse de Leo: “¡Nos leemos!”.

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