Posiblemente, extraordinaria sería el adjetivo que con más exactitud describiría la maestría erótica animal, entendiendo ésta como el conjunto de mañas de las que se sirven ambos sexos (ocasionalmente podría hacerse extensivo al humano) para perpetuar su noble linaje, o por lo menos, para intentarlo con todo su afán.
Igualmente valdrían los adjetivos asombroso e increíble. O fascinante y curioso. Y original. Y sorprendente. Y cómo no sofisticado y, en ocasiones, muy muy bestial (para algo son criaturitas amorales que a nadie rinden cuentas). Podríamos agotar el diccionario de sinónimos de la R.A.E. y aún nos quedaríamos cortos para definir sus incontables estrategias de conquista.
Pero continuar la estirpe es una labor ardua y sin garantías de éxito. Primero hay que llegar vivo y con energía al momento señalado para la procreación. Es preciso tener presente en todo momento el don de la inoportunidad, léase cruzarse a la hora de la comida -es decir, a cualquier hora- con otra especie de mayor tamaño y peor humor que decida pisotear sin miramientos la ilusión de trascender.
Superado ese primer reto, otros pequeños escollos -o grandes, dependiendo del tamaño de cada especie- pueden dar al traste con tan elevado propósito. Como conseguir los favores del sexo contrario va parejo a demostar la valía personal, digo, animal, suele ser inevitable batirse en duelo con otros congéneres, -el estigma de la competición grabado a fuego-, lo cual es fatigoso a la parque arriesgado. Aquí salir airoso se traduce en salir vivo y con todas las extremidades intactas. Así se baten llenos de furia los carneros, las focas y los ciervos. En mejores ocasiones se trata sólo de torneos o leks: algunas aves e insectos cifran su éxito en sorprender a las damas con sus habilidades danzando o revoloteando.
En cualquiera de los dos casos, el ganador se lleva un galardón muy especial: ser escogido entre el catálogo de pretendientes y rematar la conquista ¡al fin! (en algunos casos se complementa con un regalo extra: dirigir un bonito harén de complacientes hembras). Poco después, -treinta segundos si se trata de cocodrilo, o unas ocho horas en el caso de un visón-, si te he visto, no me acuerdo. Algunas especies menos frívolas optan por un futuro más romántico, manteniendo incluso votos de fidelidad durante toda la vida; este es el caso del cisne, y de ahí su presencia en los cuentos románticos. En el caso de los celosos mosquitos, éstos fuerzan perversamente dicha fidelidad a golpe de perfumar con esencia antiafrodisíaca las posaderas femeninas. Sin duda, una faena.
Pero al margen de exhibiciones de fuerza, la honrilla masculina se mide abiertamente por su capacidad de seducción. Cierto que la naturaleza ha puesto en sus manos (perdón, en sus patas) las herramientas apropiadas para rendir una inicial y obstinada negativa. Las mil y una formas de manifestar su interés sexual pueden expresarse a través del baile, como hace la serpiente; con el canto, habilidad que utiliza la rana; sirviéndose de un aleteo en el caso de la libélula o emitiendo una luz especial como hace la luciérnaga. En ocasiones es el olfato quien alerta de las intenciones amatorias; también es posible seducir visualmente con un regalito o un diseño de nido nupcial por parte del rendido pretendiente, o exhibiendo un color especial. Todas estas llamadas de atención conforman la expresión de un cortejo repleto de virtuosismo y sofisticación. Cualquier manual de galanteo humano se queda corto y sin color ante el despliegue de las astutas formas de conquista de los animales.
En resumidas cuentas, cada uno seduce como puede -algunos incluyendo cariñosos preliminares, menos mal-, y culmina con los apéndices que le han tocado en suerte y que no siempre son proporcionales a su tamaño.
Curiosamente, el brazo de una estrella de mar funciona como un pene que se desprende y que renace poco después convertido en otra estrella. Los pulpos son capaces de desprender uno de sus brazos llenos de esperma y colocarlo a modo de tapón en la hembra. En los caracoles, un pequeño miembro sale de la cabeza y se extiende -cual surtidor de gasolina- hasta la vagina del compañero (después de apuñalarse mutuamente con unos ganchos, un detalle sin importancia). La hembra del caballito de mar extiende un miembro especial lleno de huevos en una bolsa que su compañero tiene en la barriga, quedando así “embarazado”. La libélula con su pene en forma de mini pala vacía previamente el orificio vaginal para llenarlo después con su semen. En ocasiones, ni siquiera se necesitan tales apéndices, como ocurre con las salamandras, quienes prescinden hasta de rozarse: él deja su regalito en el camino y ella lo adhiere a su barriga caminando encima.
Hay además un sinfín de variables que conforman la identidad sexual de cada especie: desde la desbordada promiscuidad de un chimpancé hasta la demoledora castidad de una tortuga o de un perezoso quienes, haciendo honor a su fama, copulan… ¡una vez al año!
En muchas ocasiones, en un alarde de sentido práctico y generosidad, los participantes son más de dos. En el caso de las babosas marinas, aprovechando que son hermafroditas, se organizan en una hilera muy bien compenetrada y avenida. La estrella de mar es partidaria del sexo en grupo: una toma la iniciativa y todo se confunde en una nube de frenesí.
También la gestión de la intimidad animal admite diferentes “usos amorosos”. Frente a los delicados besuqueos que se prodigan las palomas, otros comportamientos son mucho menos delicados, llegando incluso a poner en juego la integridad del compañero. El pato, tan comedido él, directamente viola y humilla a sus compañeras. Una foca mordiendo el cuello de la hembra, o una araña vendando a su partenaire de mayor tamaño para inmovilizarla y clavarle a continuación su jeringuilla de esperma, son estrategias de seducción muy poco sutiles. Claro que también las hembras se toman a veces su revancha y despachan al macho en el acto mismo, como en el caso de un rape -se funde en el cuerpo femenino- o de una mantis -pierde la cabeza pero no las ganas de seguir con la faena-. Al menos mueren disfrutando.
Pero, quizá por un principio de compensación e igualdad de oportunidades, la picardía también tiene un lugar propio en este salvaje mundo. Evidentemente, suelen estar del lado de los menos favorecidos físicamente o de los más perezosos. Así, no son de extrañar algunos casos de travestismo. Que una sepia macho se disfrace de hembra y engañe “al marido” en sus propias narices haciéndose pasar por una amiga, es un claro ejemplo de astucia; lo es también entre algunas especies de peces tropicales, donde es común que un casanova perdedor cambie de sexo dentro del harén o que la hembra se convierta en macho a falta de éste. A eso se le llama tener recursos.
No obstante, no todo es procreación. También hay sitio para un espontáneo disfrute, como es el caso de las ratonas, las más disfrutonas, o de los chimpancés, que practican dentro de la familia el onanismo con su propio género y sin ninguna discreción. Más discretos son los ciervos, que se consuelan acariciando el arbusto más cercano con sus astas.
Así pues, ¿es o no es alucinante el mundo animal? Ciertamente, algunas de sus prácticas apetecería incluirlas en nuestro manual amoroso por divertidas y originales (me pido el travestismo). Otras sería tentador adoptarlas ocasionalmente, por aquello de darle un poco de vidilla a nuestra vida sexual, y de otras, directamente, renegamos. En cualquier caso y ante semejante catálogo de usos y maneras, aprovechemos para refrescar nuestra imaginación erótica.
Y tú, ¿conoces otras curiosidades del erotismo animal? ¡Anímate a compartirlas!