La anatomía femenina se ha visto condenada a permanecer a la sombra -muy a su pesar- la mayor parte de nuestra historia, y no precisamente para mantener su frescura.
Los cálidos rayos de sol les han sido negados reiterada e injustamente a sus extremidades inferiores, cuya existencia y gracia han sido ignoradas durante siglos.
Para más inri, la capacidad para sabotear y entorpecer su movimiento ha sido prodigiosa: armaduras metálicas, polisones, guardainfantes, enaguas, pololos, miriñaques… Un sinfín de engorrosas y canallescas incomodidades.
Las piernas femeninas se perdían axfisiadas entre la “cebolla textil” que las salvaguardaba del contacto exterior.
Desde el comienzo de la historia del viejo continente y tomando como base un calzeus o zapato romano, las medias fueron ascendiendo intrépidamente por la pantorrilla -cual hiedra lenta pero imparable-, alcanzando la rodilla e invadiendo paulatinamente el muslo, hasta conseguir coronar la cadera -estratégica cima- en el siglo XIV.
Sin duda, se trató de una afanosa y heroica ascensión que deja a la del Annapurna en una caminata dominical.
Nada hacía pensar que, ninguneadas y confundidas entre múltiples capas textiles durante siglos, llegaría el momento en que las medias “respiraran” y se harían con un lugar propio y sacrosanto en todo boudoir femenino que se preciase, cual joya preciosísima, erótica e imprescindible.
Cierto que ya contaba con esta exclusiva condición -mayormente de seda, aunque también de lino y algodón- durante todos estos siglos, pero era una condición disfrutada y exhibida por el género masculino pudiente, a quien, a decir verdad, no les lucía tanto (a excepción del actor que interpreta a Enrique VIII en la serie Los Tudor, Johanthan Rhys Meyers, de penetrante mirada e inmejorables pantorillas).
Como decía, aún no soñaba la media con ese futuro tan prometedor, confundida entre blondas y encajes, cuando en el siglo de la mencionada dinastía Tudor (siglo XVI) sufrió un corte de tijera a la altura de la rodilla: ¡zis, zas! Lo que tanto había tardado en crecer se partió por la mitad.
Esta (feliz) circunstancia propició uno de los accesorios que acabaría siendo la quinta esencia del fetichismo: la liga -que sujetaba la parte inferior-, más tarde transformada en liguero a finales del siglo XIX. Ambos accesorios se integrarían como dos de los más excelsos miembros del club del fetichismo.
Alcanzado el siglo XIX, un tímido pie iría asomando su perfil enfundado en sedas artificiales. La anatomía femenina despertaría poco a poco del obligado letargo, al ritmo de los dictados de la moda.
El siglo XX supondría ya el despegue definitivo de las medias; los acontecimientos económicos y sociales marcarán la altura de pierna susceptible de ser vista, y pondrían a prueba la imaginación femenina cuando el preciado complemento escaseaba.
En los años cuarenta, la revista francesa Marie Claire solucionaba en sus páginas esta escasez a golpe de tintura y pulso firme: tiñendo la piel y dibujando a continuación la falsa costura a lo largo de la pierna. En este segundo caso, la promoción del “invento” era irrebatible: evitaban las odiosas carreras (pero… ¿cómo salvarían el escollo de una intempestiva lluvia?)
A lo largo del siglo XX, las influencias de América marcaron el devenir de la moda -íntima y no tan íntima – en el continente europeo, con permiso de París, claro está; las recomendaciones saltaban de las páginas de la revista Harper´s Bazaar y prometían un universo de sensualidad a quien se asomara a ellas.
Además, la introducción de fibras sintéticas como el nylon hizo posible que muchas mujeres suspirasen por la delicada prenda. El hasta ahora exclusivo “club de la media de seda” ponía el cartel de “abierto a todo el mundo” (siempre que, por culpa de la guerra, no se emplease el nylon para hacer paracaídas).
En este período de la historia, en España, es obligado mencionar al ilustrador gráfico y pintor que mimó con sus pinceles el cuerpo femenino: Rafael de Penagos. Sus pinturas Art Déco son un homenaje a una mujer nueva, sofisticada y glamurosa. El tributo que otorga a las medias femeninas es incuestionable: puro deleite. Juzgad vosotros mismos.
Una de las portadas realizadas para “La novela picaresca”
Desde su ocultación total hasta su exhibición libre en nuestros días el género femenino ha recorrido un largo trecho: lo que viene a ser el largo de su piernas.
Podría decirse que la historia de la mujer es también la historia de la reconquista de sus piernas.
Afortunadamente, el discurrir del tiempo, de las modas y de la moral les devolvió el lugar que se merecían y el atractivo que les era natural, al igual que al resto de su anatomía.
Con furor imparable ha calado esa delicada prenda en la mujer, como si de una segunda piel se tratase. A partir de ahora, toda mujer aspirará al capricho de vestir de forma insinuante, misteriosa y sensual esa extremidad, y el hombre…, a desvestirla, of course.
Algo tendrá que ver también en el interés que despierta esta prenda, su estratégica ubicación.
Su condición de vestir las “columnas sobre las que se asienta el templo de Venus” en palabras de Margarita Rivière, Historia de la media, (1983), -insuperable metáfora y extraordinario libro-, las reviste de misterio y erotismo.
Con idéntica ensoñación y debilidad las percibe el director de cine J. L. García Berlanga, fetichista sin rival, quien en su relato “la vestición” soñaba con vestir -más que desvestir- a la mujer con sus prendas más íntimas. Lo sugerente, lo que se intuye, atrae y despereza la imaginación.
No hemos de olvidar de que hubo momentos en la historia en que los caballeros suspiraban por ver de refilón un tobillo o un empeine femenino. Todo lo que seguía a ese tobillo era tarea para la fantasía.
Nunca los centímetros de piel fueron más escudriñados que en la época en que fueron censurados. Intuir o adivinar lo que se ocultaba daba más juego que lo evidente. Por increíble que nos parezca, fue real. Otros tiempos: no los echamos en falta.
Lo cierto es que tenemos hoy por hoy la suerte de poder exhibir nuestras piernas como nos venga en gana: adornarlas, ocultarlas o exhibirlas. Somos conscientes de su potencial y lo manejamos a nuestro antojo.
Nuestras piernas hablan de nosotras, de nuestra personalidad y de nuestra forma de caminar por la vida, nunca mejor dicho. Contando con todo este bagaje pasado y abiertas a los nuevos tiempos, ¿por qué no rescatar la sutil erótica del pasado?
De hecho, es lo que ha ocurrido en el terreno de la lencería íntima femenina en general, y de las medias en particular: se ha vuelto la vista a la sofisticación de lo antiguo, de lo exquisito, expresado de forma renovada en encajes, costuras, complementos… mil y un caprichos para vestir nuestra intimidad y acentuar nuestra femineidad.
Por si aún no ha quedado claro la debilidad que siento por vestir las piernas, confieso además mi delectación y pasión incondicional por algunas marcas de medias que son un puro desvarío.
En la página www.asos.com se reúnen prestigiosas y fantásticas marcas que te harán desear tener todos y cada uno de sus modelos: Gipsy, Pretty Polly, Wolford… Medias con estrellas, corazones, flores, cruces; medias con ligueros gatunos o bien imitando ligas y lazos; medias con costuras y lacitos; accesorios increíbles para los tobillos …
En resumen: ¡UNA LOCURA DE MODELOS Y MOTIVOS! No menos apetecibles son los de la firma Leg avenue, tampoco deberías perdértelos.
A través de ella es posible conseguir también modelos muy originales y divertidos. Y para ti, ¿cuáles son tus preferidos?
Y como es natural, no podía despedirme sin una fotografía propia, sencilla pero no menos lucida.
Con amor, Gema Margó