Ya lo declamó el insigne autor Pedro Calderón de la Barca en boca de su más apesadumbrado personaje, Segismundo: que toda la vida es sueño, / y los sueños, sueños son. Y a mí me apetece tanto soñar que estoy decidida a no perderme la última versión de La Cenicienta, un pastelito en cartel desde este fin de semana, aún a riesgo de sentirme después diluida en una fondue de chocolate por su empalagoso y dulzón efecto. Entretanto, intentaré calmar la espera ahondando un poco en la carrera y trascendencia de la melancólica protagonista. |
La tradición de este cuento de hadas fue recogido en Occidente en el siglo XVII y XVIII por dos autores,Charles Perrault y los Hermanos Grimm, siendo la versión de estos últimos mucho más tremebunda que la de Perrault. Un siglo después se liberó por primera vez de su atadura impresa en 1899 por obra y gracia del director Georges Méliès, quien llevó a la pantalla una meritoria versión muda con histriónicos actores representando el cuento, incluyendo una impagable y patosa coreografía de relojes marcando la fatídica medianoche.
El desdichado personaje sirvió también de inspiración a muchos otros directores, dando como resultado un buen ramillete de versiones cinematográficas, algunas de ellas animadas. Entre estas últimas, me llama la atención una joyita estrenada en 1934; aquí la Pobre Cenicienta es interpretada por una dulce Betty Boop que apenas luce su genuino sex appeal, dinamitado sin piedad por la censura del momento (ay, por un instante se coló una liga picarona en su pierna izquierda). Aún así, merece la pena disfrutar de los minutos que la inmortalizan como icono sexual metamorfoseado en princesa.
La versión animada que realizó la factoría Disney en 1950 marcó un hito en su currículum vítae. Sobre ella se ha basado la nueva versión que se estrena estos días.El actor y director Kenneth Branagh, lejos de arriesgarse a una versión deconstructiva del clásico cuento, ha preferido mantenerse fiel al espíritu y al argumento original recogido por Charles Perrault, con un final propio de cuento de hadas. Esto me hace estar aún más decidida: durante prácticamente un par de horas me rindo a su dulzura y a su universo kitsch y, de remate me regalo un cremoso happy endque me reconcilia con el mundo.
Por cierto, los protagonistas que encarnan a la feliz pareja han salido al paso de los insidiosos comentarios que han circulado en las redes sociales sobre su aspecto en la película. Tanto sobre la sospechosa cintura de avispade Cenicienta comosobre el dudoso azul océano de los aristocráticos ojos del príncipe no se cierne ningún efecto digital; todo es natural salvo alguna cosa: un corsé y una severa dieta de líquidos; de la belleza y perfección restante sólo es responsable una juventud y una naturaleza muy generosa con sendos actores.